viernes, julio 13, 2007

Una conclusión tan volátil y tan efímera como la brisa, que no por breve pierde su profundidad

Hay en el discurso una liviandad y a su vez una pesadez, hay una profunda herida humana en mi ser, un quebrado grito de libertad que si bien a veces dejo salir a veces no lo permito. A veces simplemente vivo, o al contrario a veces simplemente no lo hago y solo paso por un circuito de boyas lógicas y obtengo un relativo éxito social que me permite dormir (in)tranquilo. Así pasan los tiempos y voy creciendo, voy siendo a veces un poco más y a veces nada. Y a veces, cuando hace mucho frío y camino a oscuras, creo un mundo tenebroso ó de policial en el que la sombra me persigue y yo, de paso cansino, me apuro repentino. Reacción animal, irreverente con el propio espíritu expreso, ese espíritu de góndola que se reparte un par de veces en la vida. Y voy, código de barras, por el encause correcto a navegar ríos mejores, más compartidos.
(Y sin embargo me reconozco errado en silencio y vuelvo a recortar, con enormes tijeras, estas manos y estalla la mancha de sangre sobre el teclado.)
Y luego una marea infame todo lo lava, se lo lleva, desaparece.
Y vuelvo a sonreír listo para otra carrera de veleros pasivos en un río picado de angustias que se queja y se queja pero la indiferencia como es fiel a si misma –quizás la única fiel- escribe y escribe y reparte y reparte papeles para todos los actores inanimados. Ya nadie grita, todos tienen demasiado miedo. Hay demasiada luz.

Extracto de "Los 6 meses", cap. 52

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